Mañanas con olor a café recién echo.

Vives los buenos momentos.
Caminas con alegría.
En tus pasos hay la seguridad que te empuja a hacer todo lo que antes creerías imposible.
Al pasar junto a un escaparate te paras, no para mirar la ropa y los complementos, sino para ver tu hermosa sonrisa reflejada en el.
Lo disfrutas todo de esa forma porque sabes que al llegar a casa, la tendrás a ella en la cama, con el pelo revuelto y los ojitos hinchados de tanto dormitar, y si al llegar no la encuentras porque se ha ido a trabajar sonreirás de igual modo o incluso más porque tienes la certeza de que su aroma se quedó prendado en cada pequeño hilo que confeccionan esas sabanas de color crema.
Cada movimiento acompasado, cada caricia, todo lo vivieron ellas, como unas secundarias protagonistas.
El olor a café recién echo que inunda el salón y hasta el momento no habías percibido, activa tu subconsciente.
Sabes a ciencia cierta que quiere la taza de color azul con las letras en borde aunque tenga que ponerse de puntillas para alcanzarla, que le echa dos terrones de azúcar y que lo remueve asta que deja de humear. Lo coge con las dos manos mientras sopla, y al dar el primer sorbo siempre se quema y pone esa carita que te vuelve loco y te dan ganas de comertela, pero no haces nada que no sea sonreír con dulzura, porque, ella siempre tiene solución, se levanta rápidamente haciéndote dar un sobresalto en esa silla tan mullida y te da un super beso mientras de dice: 
"-¿Ves como si estaba caliente?"
En ese momento solo estas seguro de una cosa.
Que la quieres a ella y a ninguna otra.
Que sus imperfecciones hacen perfectas todas las mañanas del resto de tu vida.

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