Pies descalzos.

La suavidad de tu cuerpo se ha quedado tan grabada en mi ser que las manos ya carecen de huellas dactilares.
Han tomado la valiente decisión de hacerse naufragas de cada hueco de tu hermosa y blanca piel.
Se apoderan de los lunares que aún no salieron o por el contrario de los que hicimos desaparecer nosotros por el mal trago que debían estar pasando al tocarlos en todo momento.
Los acabamos gastando noche tras noche.
El caminar con dos dedos por la bajada de tu columna hasta donde la espalda pierde el nombre.
Las historias echas cicatrices. Cicatrices que no acaban de sanar.
La rugosidad de tus labios un día de frío polar.
Se han quedado también en el pelo que te tapaba los ojos y que me obligaba inconscientemente a apartarlo a un lado, por la urgente necesidad de mirar si el brillo de tu mirada, seguía siendo el mismo de aquella primera vez.
Ahí se han quedado mis huellas.
En cada milímetro de tu pequeño cuerpo incluidos tus pies del número 36.

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