Observándoles tras el telón.

No lo sabía ninguno de los dos.
Tal vez esa fuera su noche de desenfreno.
Nada perdía susurrándole ese "Quédate" que tenía atorado, desde hacía días, en lo más hondo de su garganta.
Poniendo ojitos y alegando que aún era temprano, logró enredarlo entre sus sábanas.
Aprovechándose de que tenía los pies fríos fue buscando su calor.
Ascendiendo lentamente por los tobillos, las piernas y las rodillas hasta llegar a su parada final, los muslos.
El, a su vez, la atrajo hacía sí con cuidado, pero a su vez con la fuerza necesaria para que no se alejase.
Se quedaron tan juntos que podían sentir el latir del otro corazón en su propio pecho.
Las respiraciones entrecortadas, mirándose de reojo.
Percibir la otra mirada y sonreír, pero no una sonrisa cualquiera.
Era la sonrisa que precede al primer beso de los muchos que se darán esa noche.
Para mayor intimidad les dejaremos ahí.
Abrazados.
Acurrucados.
Juntos.

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