Se liquidan promesas.

El dolor continúa.
Continúan doliendo las heridas.
Duele sentir como hay que forzarlas a sangrar de nuevo.
En cierto modo es precisa esa tortura para plasmar en una hoja lo que te destroza el interior y así, en vano, intentar hacer mas llevadera la pena.
Permanecen esos afilados silencios que destrozan las charlas ocultas en estas respectivas miradas.
La sinhueso escupe cianuro.
La piel, tan suave en el pasado, ahora se protege con un arisco velo de indiferencia. 
Nos quedamos, en esa mecedora de abuela, liquidando promesas.
Estamos a la distancia perfecta para no dañarnos con juramentos.
La perfecta distancia para suspirar, llorar y gemir por no estar juntos en el mismo sofá.
Para amoldarse confortablemente al calor que produce el dolor de la pasión.
Ese pedregoso trayecto que afirma cuán dolorosa es la distancia a pesar de estar tan próximos.

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